Otras víctimas (míticas) de la guerra de Troya
Junto a las protagonistas de Las troyanas, hay muchas más víctimas míticas que contemplan el tragediógrafo y otros autores clásicos: las viudas y huérfanas, las que fueron presa y botín -y aun chivo expiatorio- de los que combatieron en Troya.
El dolor sufrido por Briseida, Ifigenia o Helena representan el dolor colectivo de las mujeres que, sin estar en el campo de batalla, padecen la violencia y la brutalidad de la guerra.
Briseida, originalmente una princesa troyana, fue capturada por el guerrero griego Aquiles durante la guerra. En su historia destaca el destino incierto y la falta de control que las mujeres tenían en medio de la guerra, siendo tratadas como objetos de conquista y propiedad.
Ifigenia, hija del rey Agamenón y la reina Clitemnestra, fue sacrificada por su para para apaciguar a la diosa Artemisa y garantizar vientos favorables para la flota griega rumbo a Troya. Su historia ilustra el sacrificio humano y los dilemas morales que surgen en tiempos de guerra.
Helena, esposa de Menelao y figura central en la guerra de Troya fue raptada por Paris, príncipe troyano, lo que desató el enojo de los griegos y condujo a la guerra. Su historia simboliza la seducción, la pasión y las consecuencias catastróficas que pueden derivar de los deseos humanos y los caprichos divinos.
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Hay que destacar que la visión del mundo clásico se basa en tres pilares fundamentales: el linaje (o la casta), que va conectado a la vida ciudadana y al Estado; luego, el núcleo familiar relaciona al hombre con un grupo humano y que se rige por la ley de la sangre, sumamente importante; por último, el hogar(oikos), la vida privada del palacio en el que ardía el fuego ofrecido a los antepasados, a sus héroes y a los dioses. Cuando estos tres principios se rompían se entraba en crisis, en una ruptura de los tres basamentos, se penetraba en una profunda oscuridad y se producía todo tipo de males que podían desatar la destrucción de una forma de vida, el cambio o transición y, finamente, el establecimiento de un orden nuevo.
Por esta razón, la familia constituía el basamento principal, y la estabilidad y el equilibrio le correspondían al varón. Un caso como el acto criminal llevado por Clitemnestra se debía castigar. La venganza era el único cauce para superar la crisis y restablecer los patrones naturales de conducta. Orestes tenía la autoridad plena para ejecutar al culpable que convertía el matricidio en un asunto privado y no de responsabilidad pública, aunque hay que destacar que el acto de Orestes carece de sentido de individualidad pues su decisión y la de Electra se fundamenta en la concepción tribal del clan, inscrita en la ley de la sangre. El papel de Electra está bien definido: conservar y defender las tradiciones, fortalecer los lazos de parentesco y asumir el patriarcado; su madre, sin embargo, invirtió el orden establecido, buscando sus propios intereses (Clitemnestra es la antítesis de Penélope) siendo una figura del hogar negativa y destructiva, dejando huérfanos a sus hijos y sembrando el caos en Micenas, rebajando a su hija como despojo y usurpando, a su vez, el gobierno de Micenas con su amante Egisto.
La maldición de la estirpe de los atridas pesa en cada uno de ellos, las percepciones e ideas de cada personaje se turban con ideas antiguas de creencias sobre el “ojo por ojo y diente por diente”, en medio de un ambiente hostil y tóxico. Los personajes entran en un bucle de agresiones, culpabilidad, remordimientos, yendo con todas sus fuerzas al abismo del final de sus vidas. Sea cual sea el grado de violencia, cada personaje defiende su creencia social, política y religiosa, bloqueando así otra alternativa. La venganza, finalmente, se consuma.
Estos mitemas se repiten y siempre encontramos la cara y la cruz de la misma moneda. La mujer en la guerra de Troya, desgraciadamente, sigue tan vigente como en nuestras guerras actuales.